es cierto, no escribo bien y tampoco tengo razón, las letras y la poesía han muerto pero también creo en la rencarnación

miércoles, 15 de octubre de 2014

ambrosía divina que los dioses del más acá no nos permiten degustar




Sumergido todo está en la banalidad de los días en los que todo está alienado de su esencia prima. Sumergido todo en el deterioro de las noches interminables y los cigarrillos mal armados. El calor que anticipa la primavera ya es demasiado cuando la hora de la muerte donde Morfeo se olvida del mortal y lo condena con su escarmiento más amado: el insomnio, agua dulce y maldita que atormenta el espíritu. Y es en ese mar donde todo está sumergido, las manos dibujan retratos casi estenopeicos y en ese océano de pensamientos se encuentra el sexo ahora ya tan perdido y lejano. Y donde se busca se encuentra y el humo contornea imágenes difusas sobre la (divina) forma de un dedo, dos dedos, cuatro, cinco, hasta delinear completamente cada falange y hacerla real y hacerla humana, toda entera, toda viva. El recorrido del humo y de la mente se arrastra como una víbora resplandeciente hasta unir esa mano a un lívido e interminable brazo que concluye en esa geometría deliciosa de hombro-clavícula perfecta y ahora ya no es mano ni brazo ahora solamente es el lácteo cuello decorado accidentalmente por algunos astros ínfimos y ornamentado con mordidas localizadas no por error en semejante acto de algún que otro amor y es este cuello lánguido en el que se sumergen todas las frustraciones y las muertes y los abismos espaciales y ahora ya no hay dolor ni preocupación ahora ya hay pasión y en la caducidad de lo banal nace el fuego todo rojo y todo inmenso y es flor naciendo y ahora es una boca perfectamente trazada y marcada por un vigoroso dejo púrpura consecuente de la ruptura de los diminutos vasos sanguíneos arrasados por la furia o por el deseo y ahora la boca no es boca también es sexo y es espeso y la inexistencia de preocupaciones ahora es el clímax máximo de todas las cosas, sobre todo de la soledad. Sumergido está todo ahora en el humo del recuerdo o de la melancolía que deja bien escrito en esta noche que los orgasmos y la tranquilidad son manjares que la tristeza y la monotonía no dejan saborear. 


jueves, 9 de octubre de 2014

el arte de separarse


Ante todo siempre declarar que lo más bello del amor es precisamente el (des)amor, porque des(amarte) y des(vestirte) son dos verbos que se conjugan en presente pero ya hoy son pasado. Y que no se confundan los astros con mi afirmación de la belleza del deshacer las cosas. Confirmo fehacientemente que en el deshacer des-unimos todos los nudos y los hilos y las muertes (las de uno y las del otro) El desamor ese dolor bendito en el paladar que al mismo tiempo es divino, tan cítrico y ácido como las naranjas o los caramelos y esas cosas que a uno precisamente se le (des)hacen en la boca, todoloquepasaporlabocasedeshace, esa tumba húmeda y condenante. La ejecutora viva de todos nuestras condenas y penas. Todoloquepasaporlabocasedeshace y muere lentamente. Cuando los artilugios mágicos del amor precisan del movimiento del labio superior y el inferior (y como si fuera poco) la articulación mandibular y el aliento para emitir sonido alguno, es cuando dejan de ser mágicos y comienzan a ser precisamente artilugios que desmoronan y sintetizan lo insintetizable. No hay desamor que no arda y que no deje cicatrices y no hay ser que se resista a sacar esa hermosa y resplandeciente costra para hurgar con esa naturaleza tan humana para encontrarse (desencontrarse también) con el pecho ardiente latiendo y hurgar cada vez más hasta lo profundo para perderse, hundirse en el vacío ese tan lindo y tan maldito que nos condena pero nos hace amar aunque (ahora) ya no debamos. Y dice alguien por ahí que poder decir adiós es crecer y yo le respondo que la cicatriz horizontal que corta mi pecho en dos todavía está creciendo.
Salud.