es cierto, no escribo bien y tampoco tengo razón, las letras y la poesía han muerto pero también creo en la rencarnación

martes, 8 de noviembre de 2016

perrito

Mi amor, considerando la hora que es, y el viento que corroe la madrugada y los vinos que he tomado no puedo pensar más que en ir a buscarte (si es que el transporte me lo permitiese) ir a buscarte corriendo y decirte que te quiero como quiero quizás al perro que tiene el vecino, ese cariño de niña inocente que paso y doy un beso pero si pienso en alimentarte y sacarte a pasear se me encrespan los rulos gigantes y no puedo ni pensarlo. Igual seguiría eligiendo ir a buscarte porque en mi cliché (y en el de la humanidad) radica la repetición. Por eso Leonardo. Y por eso hoy me preguntaron por qué subo las escaleras si elijo fumar cigarrillos. Con la misma irracionalidad que elijo hacerme ese daño tan estúpido te elijo a vos para dormir la siesta. Básicamente no deberíamos querernos. Vos estas vaciando en mi un espacio que debería estar lleno y yo estoy llenando en vos un espacio que debería permanecer vacío. Nos queremos por la inercia y sobre todo por el cuerpo, esa piel tan blanca que tenés vos que no sabe nada de amor pero lo sabe todo de física cuántica y de amor de fin de semana y de mentiras deliciosísimas como un café o un cigarrillo. La verdad es que te escribo esto porque quizás mamo esa libertad de poeta de no tener las agallas o los ovarios suficientes para escribirte y que no me respondas, llamarte y que no vengas, que dulzura y que romanticismo bohemian-new-rich, pero que cierto, sino mirá, mirá esta piel toda enervada por tu ausencia y por las ganas de tu presencia, no me digas que esto no es amor, y si me vas a decir que esto no es amor por lo menos adjudiquémoslo a la pasión (que nos corre a ambos) y así te paso factura y te paso la cuenta de que corre este viento que avecina tormenta (las tormentas tienen tu rostro de vampiro) y me arrasan y la cama es enorme y solo mía, como los cigarrillos y las soledades y las series interminables. Y yo sigo regalándote un montón de cosas aunque el pecho no se me estruje por vos se me adormece el pecho por la misma convicción que tenemos los dos, esa convicción de perros que no quieren morir solos, como el perro del vecino, que paso, le doy un beso y le digo hasta nunca más.

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