Bajo la tenue luz del televisor, fue la eterna inmadurez la que desencadenó la consumación de lo in-con-su-ma-ble (léase con detenimiento, saboree cada sílaba, así es como las cosas van sucediendo) Y así sucedió. Es el pueril deseo el que desata (no por error) la euforia -de algo que no es amor, pero se gesta también bajo las sábanas, bajo los techos (donde alumbra el sol)- y se desmorona, es ante la totalidad etérea que el cuerpo sucumbe y cierra los ojos y no comprende, no ve, solo siente, y ya la intermitente luz del televisor es la que sentencia que la noche no será esta vez solo noche, también será amanecer y es el sol en la cara lo que remplaza a la tenue luz del televisor que decoró una vez (más) una escena que ni los dioses, ni las camas podrán juzgar
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