Sumergido todo está en la banalidad de los días en los que todo está alienado de su esencia prima. Sumergido todo en el deterioro de las noches interminables y los cigarrillos mal armados. El calor que anticipa la primavera ya es demasiado cuando la hora de la muerte donde Morfeo se olvida del mortal y lo condena con su escarmiento más amado: el insomnio, agua dulce y maldita que atormenta el espíritu. Y es en ese mar donde todo está sumergido, las manos dibujan retratos casi estenopeicos y en ese océano de pensamientos se encuentra el sexo ahora ya tan perdido y lejano. Y donde se busca se encuentra y el humo contornea imágenes difusas sobre la (divina) forma de un dedo, dos dedos, cuatro, cinco, hasta delinear completamente cada falange y hacerla real y hacerla humana, toda entera, toda viva. El recorrido del humo y de la mente se arrastra como una víbora resplandeciente hasta unir esa mano a un lívido e interminable brazo que concluye en esa geometría deliciosa de hombro-clavícula perfecta y ahora ya no es mano ni brazo ahora solamente es el lácteo cuello decorado accidentalmente por algunos astros ínfimos y ornamentado con mordidas localizadas no por error en semejante acto de algún que otro amor y es este cuello lánguido en el que se sumergen todas las frustraciones y las muertes y los abismos espaciales y ahora ya no hay dolor ni preocupación ahora ya hay pasión y en la caducidad de lo banal nace el fuego todo rojo y todo inmenso y es flor naciendo y ahora es una boca perfectamente trazada y marcada por un vigoroso dejo púrpura consecuente de la ruptura de los diminutos vasos sanguíneos arrasados por la furia o por el deseo y ahora la boca no es boca también es sexo y es espeso y la inexistencia de preocupaciones ahora es el clímax máximo de todas las cosas, sobre todo de la soledad. Sumergido está todo ahora en el humo del recuerdo o de la melancolía que deja bien escrito en esta noche que los orgasmos y la tranquilidad son manjares que la tristeza y la monotonía no dejan saborear.
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