es cierto, no escribo bien y tampoco tengo razón, las letras y la poesía han muerto pero también creo en la rencarnación

miércoles, 8 de junio de 2016

Microrelato: Mirtha

Ya aflojaba un poquito el sol al atardecer. El barrio nunca había estado tan gris, y el cielo tan rosado, el sol en su afloje había teñido las nubes como si fueran estas un gusto de helado, pensó, crema del cielo con frutilla al agua, pensó. Caminó hasta el almacén de la esquina al lado de su compañera flaquísima y perruna. No tengo plata en los bolsillos, se acordó. Ya estaba entrando el sol casi en su totalidad y pensó en ir a dar una vuelta a la placita para que la choca jugara un rato. Tenía miedo de volver a casa porque sabía que si volvía se iba a recostar en el rojo sillón, y eso culminaría en una tremenda siesta y las siestas le daban miedo, porque si eso sucedía se quedaría dormida y tenía mucho mucho miedo de quedarse dormida. (Mucho). Paseó cabizbaja Mirtha por la plaza con su perra y con todo su frío, tarareó un par de milonguitas mientras pensaba en que había dejado de fumar, y no quería pensar en ir a comprar puchos otra vez, porque le hace mal, porque con lo que subieron los cigarrillos tiene que fumar Red Point y porque además odia el olor a cigarrillo barato pero le gusta tanto tantísimo fumar y el humo jugueteando con las manos y con las figuras, pero el olor es horrible, pensó. Igual nadie me espera en casa, pensó. 
El cielo ya no era de colores, el sol había amainado, y el frío y la perra y Mirtha ya no querían más plaza ni cielo ni pensar. Tomada esta unánime decisión, levantó sus piernas, su falda y los zapatos avejentados del banquito. Me gustaría estar con vos, pensó, pero prefiero no estarlo, pensó. 
Los minutos se le escapaban de a poquito de las manos y de la cabeza, y sin recordarlo ya estaba metiendo la llave en el portón para hacer entrar al animalito y ya se encontró peleando con los otros perros para que no se escaparan a la calle, porque mire si los pisa un auto, pensó. 
Al entrar en el diminuto recinto al que llamaba hogar, se sirvió una copa de vino (de una botella que yacía abierta hace varios días) Se sentó en el abominable sillón y dejó reposar sus cansadas y viejas piernas sobre el. Todo lo de adentro, se está derritiendo, pensó. No se cumplir promesas, pensó. Abrió despacito la vieja cartera para sacar el paquete casi terminado de cigarrillos. Qué mierda pasa, pensó. No quiero fumar más estos cigarrillos terribles, me gustaría recostarme en la cama, y no pensar ni en los atardeceres ni en las plazas y tampoco recordar que quiero dejar de fumar. Pensó. 
Revolvió entre los viejos cuadernos de italiano y las fotos de California, miró al trompetista, miró las imágenes de las calicatas del suelo, vió las fotos de sus antiguos amigos. Abrió el cuaderno dónde guardaba los recortes de revistas. Pensó otra vez en sus amigos. En las fotos, en las guitarras, en el río. Mirtha sabía que se acercaba la hora de la cena y realmente no le importó. Le corrieron un par de perlas dulces por el rostro, pero mucho no le importó. Prendió otro cigarrillo y se recostó. 
Volvió a ver las fotos, se acordó del amor, se acordó del dolor. Esta noche no voy a poder dormir, pensó. Bebió un poco de la copa y tembló. De alguna manera, siempre estás acá, pensó. Se acomodó la media y vió su envejecida mano, las uñas rojas despintadas. Se levantó en busca de un vaso de agua. Caminando se topó con el gran espejo. Miró su rostro. Los surcos bajo los ojos, el ceniciento pelo, hizo una mueca. Una sonrisa quizás. Tomó el vaso de agua. Todo su cuerpo volvió a temblar.
Casi como si ya estuviera más vieja. Casi como que sintió a la muerte acariciar su espalda.
Se hundió en la cama minutos después. Eran las once de la noche y era presente en su conciencia el saber que no iba a poder dormir. Era presente el saber que a la mañana tenía que hacer trámites. Tantas cosas le eran presente y ella se hundía tanto en el pasado. Acostada otra vez, mirando el techo. Ojalá que esto no dure un montón, pensó. Ya aflojaba un poquito el atardecer en su cabeza. Ya aflojaba un poquito el barrio en su cabeza. Ya amainaba un poquito el pesar de sus penas. No, esto no es enserio, pensó. No, no quiero pensar en el día de mañana, es mentira, pensó.
Se hundió en la cama esta vez. Prendió otro cigarrillo otra vez.
No se lo pudo fumar, esta vez.
Ya aflojaba un poquito la noche, se asomaba el sol a duras penas otra vez

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