es cierto, no escribo bien y tampoco tengo razón, las letras y la poesía han muerto pero también creo en la rencarnación

martes, 23 de julio de 2013

"... porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra"

Cerré el libro. La sensación que acompaña la vuelta de la última página y el cierre de la tapa son como un ultimátum de que esa realidad que acabas de conocer existe, pura y exclusivamente, en el libro. 
Me hundí en los brazos de Morfeo que suele pasar por Bermejo como a las tres de la tarde y acompañado de algún viento y un sol constante pero no atroz. 
Y en mis sueños me vi encerrada en una casa enorme, llena de habitaciones, y en mis sueños ví a un joven Aureliano abriéndose paso al mundo con unos ojos enormes y asombrados, sentí el olor intenso de las axilas de Pilar Ternera que esperaba con la paciencia el momento en que los hermanos José Arcadio y Aureliano fueran arrasados por su pubertad, y por su hambre de mujer. 
Vi a Rebeca comer tierra y prenderse a las paredes en busca de algún consuelo, la vi perder la conciencia por Pietro Crespi, y también conocí a Amaranta, también loca por él. 
También me sentí con miedo de encontrarme algún descendiente con cola de chancho, también tejí y destejí mil veces la mortaja que Amaranta debía tejer por orden de la mismísima muerte que era mujer. Adoré y sufrí el esplendor de Remedios, la bella. También soñé con un par de gemelos que de chicos jugaban a ser espejo y de grandes jugaron a parecerse cada día menos, hasta el día de su muerte, en el que fueron espejo otra vez. Lloré la muerte del coronel José Arcadio, como luché las 32 guerras civiles propiciadas por él, y también las perdí. Lloré por la muerte de sus 17 hijos, hasta el último, que murió por culpa del olvido de los dos gemelos, que no lo supieron reconocer a pesar de la cruz de ceniza en su cabeza. Contemplé el reino imaginario de Fernanda, envidié las dotes sexuales de Petra Cotes, conocí la frescura europea de Amaranta Úrsula, como también las desgracias y aventuras de Remedios Renata, y por último, junto con el último Aureliano (que lloraba la muerte de su amada, que además era su tía) y con un hambre de muerte que me hizo vivir cien años más de los que tengo ahora, comprendí que la sabiduría y el presagio de Melquíades no podía sino ser una verdad escrita hace tiempo, y precisamente, irremediable. 
"El primero de la estirpe está amarrado a un árbol, y al último se lo están comiendo las hormigas"


dedicado a mi Traveler, (que en el más profundo recoveco de su corazón, es todo un Aureliano Buendía) para compartirle mi fiebre de cien años de amor por un libro que me cambió el corazón 

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