es cierto, no escribo bien y tampoco tengo razón, las letras y la poesía han muerto pero también creo en la rencarnación

miércoles, 2 de noviembre de 2016

c o r a z ó n



Lo último que debería hacerse es perder el hilo, la continuidad y por qué no la repetición. Valga entonces aclarar que varias plantas (incluida en este grupo la familia de las Asteraceae, donde entra sin querer o queriendo la Cynara o alcaucil) siguen estrictamente la serie de Fibonacci al crecer sus hojas o pétalos, ya que al momento de crecer deben disponer de los mismos de una forma inteligente para poder sobrevivir, facilitando así la disposición de sus respectivos para poder recibir de forma equitativa el sol. Digamos entonces que si no siguiesen la repetición matemática descubierta por Leonardo de Pisa, no podrían sobrevivir.
Para no perder la continuidad he decidido citar a mi planta casi favorita para poder poner en palabras una historia sin comienzo ni fin (quizá un poco como el número ocho de forma horizontal) y pensar también que si nosotros no seguimos ese hilo de repetición pero alejándonos cada vez más del centro no podríamos sobrevivir (nos) , y entonces pienso de la forma casi orbital y sistemática con la que me acerco a tu persona, repitiendo con cuidado los números y los cálculos. Digamos un poco que elijo acercarme a tu centro o por qué no corazón rasposo y amargo con pequeñas espinas, (el alcaucil es de la familia de los cardos y digamos que vos no estás muy lejos) todo lleno de hojas duras y amargas y en el centro el corazón deliciosísimo pero que raspa y arde y duele. Y digamos que me acerco con cautela de animal asustado y te orbito y al rodearte como un satélite encuentro la lucha gigante, no solo tuya o mía, sino de una generación entera que circula como un planeta desorientado al rededor de tanta libertad y tan poca capacidad de elección.
Todo en este mar de números, pétalos y planetas radica al final en una cuenta simplísima; todo lo que no podemos elegir y todo lo que queremos seguir eligiendo. Estamos hablando de una secuencia y como bien sabemos las secuencias no van ni para atrás ni para adelante, solamente se repiten, si de forma diferente, pero nunca son iguales. Entonces vos me decís desde el núcleo del planeta o de tu pecho que no sabemos elegir y yo muevo la cabeza como tonta asintiendo y afirmando tu respuesta.
Básicamente vivimos bajo ese duelo maniqueísta y estúpido de tenerlo todo o no tener nada, de te beso hasta el alma o no nos vemos nunca más, de renuncio al trabajo y soy feliz o me hundo en la mediocridad, de no hay mas poetas están todos muertos a sintamos todo hasta que no se pueda más. Lo verdaderamente cierto es que quedan un millón de cosas por escribir aunque siempre te diga lo mismo, todavía nos late el pecho inmenso y todas las placas tectónicas de los planetas y las hojas de las plantas se sacuden por algún sentimiento, y no sabemos muy bien si es el amor (porque no amamos mucho) y no sabemos si es el dolor (porque tampoco sufrimos mucho) pero hay algo que nos mueve el vientre y nos hace estamparnos la cara contra un vidrio o un glaciar inmenso y lo cierto ES QUE LO HACEMOS UN MILLÓN DE VECES porque somos como las plantas o los alcauciles que si no repetimos mil veces la misma secuencia, morimos secos lejos del sol, y esto te lo digo a vos no te seques no te alejes porque ahí en lo estático está la muerte, y si no nos movemos y  0 , 1 , 1 , 2 , 3 , 5 , 8 , 13 , no nos espera otra cosa que no sea la parca inminente. Aunque en el movimiento debamos de elegir si entregarlo todo o padecer en el intento y ahí también nos equivoquemos, el error no es cierto. Porque nos rige el viento, nos rige el sol y sobre todas las cosas la serie divina, y en el centro todo es amargo pero también delicioso, no se olvide.


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