es cierto, no escribo bien y tampoco tengo razón, las letras y la poesía han muerto pero también creo en la rencarnación

domingo, 7 de agosto de 2016

liber quadratorum (más de lo mismo porque todo al final da un número cuadrado)

Fibonacci se llamaba realmente Leonardo de Pisa. Si doblás el dedo índice hasta que toque la palma de la mano vas a ver que no estamos tan lejos. 



I

No me podría figurar un domingo sin escribir, aunque siempre ronde en lo mismo, esta vez sin cigarrillos mal apagados. El cielo parece un cuadro renacentista y a mi se me revuelven las entrañas en el 55 porque todo tiene gusto a pasado y a bote que navega en el mar sin rumbo. A mi se me revuelven las entrañas porque me pasa todos los días. Analizando profundamente y bajo una nube de humo concluí que la única forma para que no se revuelvan es la siguiente: bailar hasta que los huesos hagan un ruido hueco parecido al crujido de los árboles y al mismo tiempo tener los ojos tan desorbitados que desde el revés miran para atrás. De otro modo es imposible, todo tiene sabor a clavo oxidado y a tristeza de vino que lleva dos semanas abierto. La suerte de lo onírico y lo repetitivo no tiene por qué cruzarnos esta vez, me lo dije a mi misma cuando no saliste nunca de ninguna de todas las puertas que había dejado abierta. La suerte del análisis nostálgico como ensayo mal escrito o un cuento sin cuerpo ni final. No me puedo imaginar un domingo sin ese condimento. No me pude asegurar un domingo sin tres cigarrillos. 
Creo fervientemente que en el momento que estoy escribiendo esto a vos se te cruza un tren de incertidumbre y te rascás la cabeza y no sabés por qué. No logro nada más que eso, pero digamos que en este momento me encuentro bastante conformista. También creo que el cielo está tratando de decirme algo ahí tan rosado y tan lleno de nubes barridas, se planta encima mío como la tapa de una olla y yo que partida al medio me evaporo y me salgo de la ducha con el pelo todo sobre la cara, sorprendida porque la longitud del cabello es la que me hace mesurar el tiempo. Cómo pensar que no me corto el pelo desde la última vez que me miré al espejo y todo parecía cuento, yo tenía una media sonrisa dibujada y un tatuaje menos. 
Se me revuelve el vientre y no lo digo por inercia o quizás si. Es mucho más probable que lo diga porque estoy tocando esa pared congeladísima que he puesto alrededor de mi cama para sentirme más pequeña y/o también protegida. El frío en la palma de la mano me hace acordar a la noche y la noche me trae como un murciélago enfurecido el recuerdo de tus ojos. Y no hablaría en este momento de tus ojos, digamos que no tienen nada de particular. Es eso de la mirada, y ahora entiendo por qué digo que al final todo cierra en número cuadrado, hace por lo menos mil millones de meses que vengo escribiendo exactamente lo mismo y lo divido por uno o por dos y el resultado tremendo: liber quadratorum. No puedo dejar de hacerlo y vos no podés dejar de percibirlo. Lo acomodo en distintas posiciones: me subo arriba de tu cama, ensimismada con tu pecho, lo doy vuelta y estás vos en el lado izquierdo de la calle y yo camino por el derecho. Al final siempre termina todo en lo mismo dividido en cinco pedazos: yo, la cama, la soledad tuya, la soledad mía y todo el miedo. Los acomodo los doy vuelta y los divido. Y juro no se puede huir del orden de la repetición: todo parece un espejo, todo parece jaula. Vos el mar todo embravecido y caótico y yo sobre el barco que es de vidrio y a través de el te contemplo. La sucesión de Leonardo mi querido. Yo sucedo porque así viene el tema, el número que le sigue es la suma de los dos anteriores. Y esto querido está en todos lados, en el vino que no nos tomamos y en el dibujo violeta abajo de mi rodilla y también cuando nos miramos viste ese vórtice inmenso, ese mismo, tiene cara de bote, de mar, de todo el amor, de todo el miedo del mundo y sobre todo la suma de los dos anteriores. 

0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34...








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